Cuando hablo de cambio no me refiero a algo superfluo y banal, como quien se cambia de camisa o de bolso. No, me refiero a un momento de transformación, algo que surge desde las entrañas, un cambio que sabes que a partir de ese instante nada será igual.
A veces, éstos son inesperados o tal vez deseados, sugeridos, promovidos, o con inquietud, con miedo, sin remedio. Pero a ese cambio, que implica revolución, no podemos darle la espalda a pesar nuestro. Muchas veces no querríamos salir de nuestra zona de confort, sin embargo, un vivo impulso en nuestro interior nos lleva inevitablemente a ello.
Personalmente, he afrontado un pequeño o gran reto, depende de cómo se mire: “Me he permitido el derecho a equivocarme”. Parece algo simple y sencillo ¿verdad?, pero cada uno de nosotros sabe lo que significa aceptar plenamente esta costosa decisión.
Como seres pensantes, estamos sumergidos en complejas estructuras psicológicas, erigidas a base de hábitos a lo largo de nuestra vida, construimos una forma de pensar, de actuar y de sentir. Así funcionamos, condicionados por lo que esperan de nosotros los padres, los maestros, los amigos, la pareja, la sociedad, para finalmente… recrear un personaje ilusoriamente perfecto, cuyo máximo guardián de ese ideal somos nosotros mismos.
Batalla perdida, porque lo ideal no tiene fronteras y nunca es verdaderamente alcanzable, de esa manera vamos por la vida en continua lucha interior, por ser quienes no somos, por actuar como no haríamos y por pensar lo que no deseamos.
Hay que reconocer que no vivimos en una sociedad que nos lo ponga fácil, es exigente y competitiva, nos obligan a ser los mejores para ser aceptados dentro de ella y formar parte de su engranaje, si no, nos sentimos frustrados por no poder acceder a las supuestas excelencias que esta sociedad ofrece. Idea completamente errónea porque desde esa medida, no se tiene en cuenta la naturaleza única y excepcional que cada uno de nosotros poseemos como seres humanos que somos.
Comenzar a aceptar este hecho es un gran acto de metamorfosis. Realmente, no todo el mundo está dispuesto a bajarse del gran barco para empezar a remar por sí mismo en el propio río de la vida.
Quizás, no se trata de hacer grandes cambios, pero sí de mirar en la dirección adecuada. Ahí comienza nuestro reto, salir del modelo de una aparente perfección que uno mismo se impone, para disfrutar y valorar la belleza de la imperfección que es lo que nos hace seres únicos.
Y así, como la crisálida madura en su proceso de transmutación, ahora “me permito el derecho a equivocarme” para vivir una revolución interior. ¿Porque?:
* Porque es el momento de perdonarme.
* Porque no importa si me equivoco.
* Porque aprendo de mis errores.
* Porque relativizo la opinión ajena.
* Porque no soy perfecta y amo la imperfección.
* Porque me siento rebelde ante pautas seguidas en toda una vida.
* Porque quiero seguir aprendiendo aunque tropiece.
* Porque no deseo que el miedo me paralice.
* Porque tampoco quiero que el sentido del ridículo me limite.
* Porque me siento libre para ser como soy.
* Porque no me importa rodearme de personas tan imperfectas como yo.
Aunque en algún momento de la vida te sientas como una oruga no olvides que, en esencia, todos somos maravillosas mariposas volando libres en el ciclo de la existencia.
María Ruíz