Muchas cosas solemos proyectar en el horizonte. Nuestra mirada se pierde en multitud de ilusiones, proyectos, fantasías, metas, ¿pero alguna de ellas cobran vida y forma? o todo queda en procesos mentales que no van más allá de nuestras ideas.

Esa visión lejana y embaucadora nos sumerge en continuos sueños que, generalmente, en vez de darnos alas para poder realizarlos, nos traslada a espacios recónditos de nuestra psique difíciles de desentrañar.

Mirar el horizonte es como un arma de doble filo, o te lleva demasiado lejos o te quedas demasiado cerca. Lejos porque la imaginación no tiene límites, cerca porque solo en la mente lo inalcanzable se hace realidad.

Pero, más que dar vida a una irrealidad todavía por llegar, ¿porque no ver el horizonte con la intensidad del momento presente? con la mirada limpia de expectativas, de proyecciones o recuerdos.

El horizonte habla por sí mismo, con  fuerza y magnetismo. Solo cuando le observas atentamente descubres que:

Todo en él se expande.

Es por donde surge la luz.

Provee de sorpresa y novedad.

Por el horizonte se duerme el día.

El es fuente de inspiración.

Nuestros ojos descansan.

La mente reposa.

El cuerpo pierde sus límites.

Da mayor perspectiva.

Su visión provoca esperanza.

Nos exalta la emoción

Nos dice que no estamos solos.

Todo en él es realidad.

Provoca comprensión.

La fantasía y la imaginación siempre nos trasladan a momentos de pasado y futuro, pero la esencia se manifiesta únicamente en el Presente, es ahí donde el horizonte cobra sentido y dimensión.

 

María Ruíz